Sangrada Familia de la Monstruosidad


por Luciano Saracino

El infierno es la mirada de los otros, escribió Sastre.

Una de las características fundamentales que tienen los monstruos es su cualidad de acechanza. El monstruo es, también, aquello que acecha.


Acechar significa vigilar. Estar preparado para el ataque. Ser paciente. Debido a esto, posiblemente no haya monstruosas terrible que el monstruo que acecha interminablemente. Quien acecha está dentro de nuestra propia casa y quien espera pacientemente la hora del ataque sabe cuándo estaremos indefensos. Por eso ciertos monstruos eligen el armario, o el espacio oscuro que separa el piso de nuestra cómoda cama.


La mayoría de los “monstruos acechadores” castigan. De hecho, acechan para castigar. El hombre de la bolsa, por ejemplo, sabe que estuvimos haciendo diabluras y por eso mismo nos meterá en su saco y nos llevará a su casa detrás del espejo. Papá Noel, muchísimo mas cruel, nos castigará de la manera mas sutil y dolora que pueda existir: estas navidades nos va a dejar regalos indudablemente mas feos que a los chicos que se han portado mejor, y eso es monstruoso.


Los dos, el hombre de la bolsa y Papá Noel, no podrían castigarnos si no nos estuviesen acechando las veinticuatro horas.


¿Quiénes son, en el mundo real, El Hombre de la Bolsa y Papá Noel? Nuestras familias. Dentro de una familia es muy fácil acechar. E increíblemente difícil escapar. Althusser plantea que existen cinco principales Aparatos Ideológicos del Estado: La iglesia, los medios, la policía, la escuela y la familia, cinco tentáculos que se encargarán de que seamos lo que somos. Althusser no está hablando de otra cosa que de monstruos y de los castigos que los mismos ejercen sobre nosotros.


(…)


El escritor Neil Gaiman tipifica los asesinos seriales en: “El desollador”, “El Coleccionista”, “El Doctor”, “La señorita Sopa de Perro”, “Hola Pequeña”, “Carroña”, “El Gourmet” y “El Hombre de Familia”. Este ultimo puebla el mundo más de lo que podamos imaginar y menos de lo que podría ser.


Trabajar ocho horas en la oficina. Soportar el maltrato del jefe. Volver a casa ya de noche y comer más o menos siempre lo mismo. No tener opciones para romper la rutina. Salir a caminar para descargar tensiones. Matar alguna prostituta o mendigo sin levantar sospecha entre el resto de la familia o los compañeros de la oficina.


“Parecía un hombre tan serio, siempre calladito en su escritorio” dirán sus compañeros, “No puedo creerlo de mi Jimmy” dirá su mujer.


Los periódicos dirán muchas cosas más. Fragmentarán la información para vender más ejemplares. Y entonces uno de los AIE habrá fallado. La familia, que es un monstruo en sí mismo por su capacidad de acechanza y castigo, habrá creado un sub monstruo dentro de ella.


Dicen que cuando la policía dio por fin con el asesino más famoso de Francia – Landrú – su esposa no podía asumir lo que sucedía. Aquel caballero amable que le regalaba flores y escribía poemas, y que tan buen esposo era, no podía haber asesinado a semejante cantidad de mujeres. Debía ser un error. Viendo que los policías se lo llevaban a la comisaría, rogó que la llevaran también para poder saber qué pasaba. Landrú, entonces, se hizo a un lado y la dejó pasar primero en el coche policial.


Cuarenta y siete años después que la guillotina separara el cuello del resto del cuerpo de su marido, el cadáver de Fernande Seret se encontró flotando en una laguna. En las cercanías había una nota que decía: “A nadie culpen de mi muerte. Sufrí por Landrú y todavía sigo amándolo. Ahora por fin me reuniré con él”.


La historia nos deja la moraleja que el monstruo ya no viene de afuera. El monstruo está acá nomás. Dentro de estas cuatro paredes.

Imágen de Landrú, el asesino de mujeres, antes de ser ingresado a la cárcel





Continuará…

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