QUE CUENTA SUEÑOS QUE EL AMOR ANIDA.-
Reposa la mar a mi lado. Comparte desde hace tiempo angustias, incertidumbres y no
pocos sueños, pero ahora duerme conmigo la caliente noche de la selva. Yo miro su
trigo agitado en el sueño y me maravillo de nuevo al encontrarla a ella como es ley:
tibia, fresca y a mi lado. La asfixia me saca del lecho y toma mi mano y la pluma para
traer al Viejo Antonio hoy, como hace años...
He pedido al Viejo Antonio que me acompañe en una exploración río abajo. No
llevamos más que un poco de pozol para comer. Durante horas seguimos el caprichoso
cauce y el hambre y el calor aprietan.
Toda la tarde la pasamos tras una piara de jabalíes. Casi anochece cuando le damos
alcance, pero un enorme censo (puerco de monte) se desprende del grupo y nos ataca.
Yo saco a relucir todos mis conocimientos militares, dejo tirada mi arma y me trepo al
árbol más cercano. El Viejo Antonio queda inerme ante el ataque, pero en lugar de
correr, se pone tras una maraña de bejucos. El gigantesco jabalí arremete de frente y con
toda su fuerza, pero queda atrapado entre las lianas y las espinas. Antes de que pueda
librarse, el Viejo Antonio levanta su vieja chimba y, de un tiro en la cabeza, resuelve la
cena de ese día.
Ya en la madrugada, cuando he terminado de limpiar mi moderno fusil automático (un
M-16, calibre 5.56 mm, con selector de cadencia y alcance efectivo de 460 metros,
además de mira telescópica, bipie y cargador de "drum" con 90 tiros), escribo en mi
diario de campaña y, omitiendo todo lo sucedido, sólo anoto: "Topamos puerco y A.
mató una pieza. Altura 350 msnm. No llovió".
Mientras esperamos que se cueza la carne, le cuento al Viejo Antonio que la parte que
me toca servirá para las fiestas que se preparan en el campamento. "¿Fiestas?", me
pregunta mientras atiza el fuego.
"Sí", le digo, "No importa el mes, siempre hay algo que celebrar.". Después sigo con lo
que yo supuse era una brillante disertación sobre el calendario histórico y las
celebraciones zapatistas. En silencio escucha el Viejo Antonio y, suponiendo que no le
interesa, me acomodo para dormir.
Entre sueños miró al Viejo Antonio tomar mi cuaderno y escribir algo. En la mañana,
repartimos la carne después del desayuno y cada uno toma su camino. Ya en nuestro
campamento, reporto al mando y le muestro la bitácora para que sepa lo ocurrido. "Esta
no es tu letra", me dice mientras me muestra la hoja del cuaderno. Ahí, al final de lo que
yo anoté ese día, el Viejo Antonio había escrito con letras grandes:
tenga la fuerza. En muchos combates puede la fuerza obtener la victoria, pero en la
lucha toda sólo la razón vence. El poderoso nunca podrá sacar razón de su fuerza, pero
nosotros siempre podremos obtener fuerza de la razón".
Ni para qué decirlo, se me quitó el hambre. Las fiestas, como siempre, estuvieron bien
alegres. "La del moño colorado" estaba todavía, felizmente, muy lejos del "hit parade"
de los zapatistas...
SubComandante Marcos
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