Podrán pasar gestiones contradictorias, dejarse oír discursos altisonantes, irrumpir polémicas interminables, pero ellos siempre están. Subsisten como una capa residual que no se modifica nunca y que nos avisa, todos los días, cuál es el rostro impune del sistema. En los barrios populares, lejos de las luces de las grandes capitales, cerca del piberío que nace, crece y se junta en las esquinas aprendiendo mañas para gambetearlos; ellos están ahí. También, claro, está la impunidad de una corporación que garantiza sus métodos de recaudación paralela, sus negociados con la caja chica de punteros e intendentes, sus manejos turbios en las calles, su territorio.
Y, por si faltara algo, también están los que “blanquean” su imagen con un increíble programa de televisión en el prime time, donde los muestran ingenuos y hasta simpáticos pero, sobre todo, inofensivos. Sin embargo, no hay show ni cámaras cuando ejercitan el gatillo fácil, cuando reprimen una manifestación o arrasan durante un procedimiento, cuando retienen de modo ilegal a cualquier transeúnte que cometa el crimen de ser joven, cuando organizan el delito en “zonas liberadas” y acomodan a los distribuidores de merca en el mapa, y menos aún mientras torturan en la comisaría o se ofrecen como mano de obra para cualquier changa de ocasión.
Ya no resulta necesario preguntarse por qué nada cambia, por qué no hay dirigentes ni periodistas que arremetan contra un aparato policial corrupto desde la base hasta la punta de una pirámide que no reconoce autoridad y que se maneja con autonomía, a salvo de reformas coyunturales, de internas partidarias y de la instalación de determinadas agendas en los grandes medios de comunicación. La policía siempre está, y no hay beneficio mayor para la corporación que ese clamor trémulo que se deja escuchar, cada tanto, desde los refugios de los privilegiados del sistema: “Queremos más de éstos en las calles”, dicen ellos, denominados “la gente” por los periodistas que viven de la paranoia y la crisis que les paga sus salarios. Con reclamos de ese tipo, con la voz de los privilegiados temiendo ante la amenaza de perder algo de lo suyo, con la presencia de gobernantes anunciando medidas severas y empujando proyectos como el que pretende crear ahora fuerzas de seguridad municipales, se consolida su poder.
Años atrás, la socióloga Alejandra Vallespir publicó una valiosa investigación bajo el título La policía que supimos conseguir. En ese libro de lectura obligatoria, no sólo se prueba en detalle la singularidad de un entramado delictivo que se aprovecha de la estructura legal para la ilegalidad (“Los de Robos y Hurtos roban y hurtan, los de Narcotráfico narcotrafican, los de Sustracción de Automotores sustraen automotores y los de Defraudaciones y Estafas defraudan y estafan. Las comisarías de barrio se dedican a la línea de ilegalidades barriales, quinieleros, venta minorista de drogas, prostitución”, explica la autora), sino también subraya el problema de la corrupción como un mal endémico: “Acá no se trata de casos individuales, se trata de una institución que está corrompida y que reproduce cuadros con la misma matriz de pensamiento”.
Semanas atrás, era la policía (infiltrada por la CIA, se especula) la que encabezaba una intentona golpista en Ecuador, frustrada por la reacción popular. Si algo queda claro es que en Argentina, por lo menos, sería difícil imaginar una policía comprometida en un proyecto político tan temerario que pusiera en riesgo su rentable negocio con una coartada tan ventajosa: la de un Estado indiferente y la de una gestión que no ha hecho nada para modificar la red ilegal que siguen tensando los uniformados todos los días. Ellos, los que están en cada barrio, el rostro desnudo del Estado.
Editorial II: De leales y traidores
Cada tanto, la política argentina resucita categorías que parecían sepultadas por el tiempo. En estos días, rebotaron en los medios las acusaciones de “traidor” para un personaje impresentable del elenco gobernante. Lo increíble es que la fama y hasta la perspectiva electoral de este sujeto -aliado de los patrones del campo y apuntalado por la prensa de las corporaciones, se sabe- son mérito de quienes ayer nomás lo eligieron para su cargo (¿ignoraban acaso su matriz ideológica? ¿Desconocían a qué intereses respondía cuando era gobernador? ¿No era funcional entonces a su plan?). Mientras, sigue acumulando espacio en los medios de comunicación gracias a los favores de un gobierno que lo rescató del anonimato y lo erigió como rival y figura central en la próxima cita con las urnas.
Contra los que abusan de discursos adjetivados y simulan principios donde hay hipocresía, vale recordar que la pugna a la que asistimos hoy como espectadores nada tiene que ver con una épica entre “traidores” y “leales”. Lo que está en juego son intereses y quienes se enfrentan, hasta ayer socios de un mismo proyecto, no son otra cosa que voceros de un sistema que simula ofertar dos alternativas, cuando en realidad se preocupa por proteger las ganancias de los mismos de siempre.
Editorial de revistasudestada.com.ar
3 comentarios:
http://menapasto.blogspot.com/
te invito Daniel...
paso!!!
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