Fragmento

(...)También habrá aquí voces disonantes. Se escucharán, y con frecuencia se respetarán,
pero no hasta el punto de la acción. Para la mayoría satisfecha la lógica de la no
intervención es ineludible. Por ejemplo, desde hace muchos años existe en el nordeste de
Estados Unidos una preocupación, que se extiende hasta el Canadá, por la lluvia ácida
provocada por emisiones sulfurosas de las plantas eléctricas del Medio Oeste. Es cosa
sabida que los efectos a largo plazo serán sumamente perniciosos para el medio ambiente,
para la industria del ocio, para la industria forestal, para los productores de jarabe de arce,
para el bienestar de la zona y la salud de sus habitantes. El coste para las empresas
eléctricas y para sus consumidores será inmediato y concreto, mientras que el beneficio
ecológico a largo plazo será difuso, inseguro y discutible en cuanto a la incidencia
específica. De ahí la política seguida, por los satisfechos. No niega el problema porque ya
no es posible; lo que hace es aplazar la actuación. Propone, visiblemente, más
investigación, lo que muy a menudo dota a la no actuación de una aureola tranquilizadora y
honorable desde el punto de vista intelectual. En el peor de los casos, recomienda que se
cree una comisión, cuya función seria analizar el problema y proponer actuaciones o quizá
posponerlas. A veces se da el caso aún peor de una actuación limitada, simbólica quizá.
Otras amenazas ecológicas a largo plazo (el calentamiento del globo y la desaparición de la
capa de ozono) provocan una reacción similar.(...)

De La Cultura de la Satisfacción

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