El Adios de Genoveba

Solitos, abrazados, esperando el amanecer...
Ella, Genoveba, y sus dificultades para respirar, su corazón débil,
El, Don Emilio, compañero infatigable, hombre de voluntad de hierro,
Amanece, y no es poco...

Emilio, y sus bellos ojos verdes que ya no descubren el mundo,
sino que navegas por mundos interiores en búsqueda de formas y colores,
Genoveba, y sus fuerzas que decaen poco a poco,
con cada minuto, con cada segundo, con tu mínimo latido...

El sol incipiente, pájaros cantando en su nido sobre la ventana al patio,
algún auto que destruye en mil pedazos la tranquilidad
de la habitación donde confluyen dos almas que por más de
setenta años han sido uno, y otros, dos y uno a la vez...

Es en vano Emilio que sigas preguntandole al cuerpo yaciente
de Genoveba,
Ella ya no responder a tus preguntas
Es en vano que busques las pastillas de la mañana, no le harán falta

Aunque tus manos acariciadoras reconstruyan su rostro
e indaguen en ese aliento, en esa respiración que es como tu motor
para seguir encarando los días por venir,
el silencio de la muerte envuelve la habitación y nada hay para hacer..

Sin imaginarlo, pero proyectándolo quizás en algún pasado cercano,
ella exhaló sus últimos esfuerzos de vida a tu lado,
Abrazados esperaron ese momento único y sublime,
en que volvemos a nacer, en que volvemos adonde la vida huye...

Y luego lo de siempre, los que estuvieron y no estuvieron,
se acercarán con sus rostros compungidos falsa o verdaderamente
para dar una mano al pobre viejo que sólo se ha quedado,
 haciendo ruido e invadiendo todo

Impregnando de realidad urbana, esa paz de campo que ambos tienen
hablando de grandes temas y burocracias mortuarias,
de lo que se vendrá con Don Emilio ciego y sordo, quién se hará cargo?
mientras por tus interiores ahondan pájaros que trinan y recuerdos

que ya no saben que hacer con tanta vida...

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